Repensando la Teoría y los Métodos de la Historia de la Ciencia desde México

Elementos para una teoriaZenobio Saldivia Maldonado

Utem, Stgo., Chile.

Algunos antecedentes 

La historia de la ciencia en América Latina, tiene ya una larga trayectoria de vida. En efecto, desde los años sesenta del siglo XX, comienzan a observarse trabajos en esta línea en nuestro continente, liderados por exponentes principalmente de México y seguidos por cultores de Perú, Argentina, Colombia, Cuba, Venezuela y más recientemente de Chile, entre otros. Son los tiempos de consolidación de una disciplina historiográfica que hoy tiene cultores en todo el mundo y que cada día se asienta en su marco disciplinar, justamente por el interés que despierta la ciencia como institución social, como fuente de adquisición cognitiva y como base de la investigación disciplinaria.

Por lo anterior, no resulta extraño que el académico e investigador Alberto Saladino García, de México, haya presentado recientemente su nuevo texto relacionado con esta temática. Pero su obra Elementos para una Teoría Latinoamericana sobre Historia de la Ciencia (2015), no es propiamente un texto de Historia de la Ciencia orientado a analizar a tal o cual científico europeo o latinoamericano, o a las eventuales peripecias de alguno de ellos, tras la asombrosa búsqueda del conocimiento en alguna de las numerosas ramas de la ciencia universal. Se trata más bien, de un libro analítico que aborda  la  historiografía  latinoamericana  toda  referida  a  estos temas;  es  en  este

* Comentario analítico a propósito de la reciente obra del Dr. Alberto Saladino García: Elementos para una Teoría latinoamericana sobre Historia de la Ciencia, U. Autónoma del Estado de México, México, 2015.

sentido un texto epistémico, crítico y analítico que revisa el avance adquirido en esta línea de trabajo en nuestras universidades, corporaciones o simplemente como fruto de las expresiones individuales sin compromiso con entidades vinculadas a la educación superior.

Sus principales Tesis

Saladino García en esta obra, da cuenta de la génesis de la historia de la ciencia  en América Latina, presenta un catastro de las obras de esta naturaleza en nuestro medio y destaca a los exponentes y las tendencias que éstos manifiestan en la práctica misma de la disciplina en nuestro continente. Parte con una abundante información sobre la historiografía de la historia de la ciencia universal y de América en particular, para luego dar cuenta de los orígenes  de esta disciplina en América Latina; postula además una tesis novedosa que sostiene que el primer exponente de esta disciplina en el Nuevo Mundo no sería un científico ni un filósofo, sino más bien sería la estudiosa de la Nueva España, Sor Juana Inés de Asbaje y Ramírez, (1651-1695), más conocida simplemente como Sor Juana Inés de la Cruz. Ello principalmente porque en sus textos poco conocidos alude a Atenea como diosa de las ciencias  y porque destaca en su prosa a las diversas mujeres que desde la antigüedad se han interesado en las humanidades y en las ciencias. (pp. 22 y ss.). Enfoque interesante y muy novedoso de Saladino que  le otorga por tanto, la primacía en nuestro continente para estos estudios que aquí comentamos, a una exponente del género femenino del siglo diecisiete. Y que de paso da a entender que en América ya en esta centuria hay una preocupación intelectual por la episteme al mismo tiempo que en Europa se está desarrollando la “Revolución científica”.

Uno de los capítulos del libro en comento que más llama la atención de los especialistas en nuestro medio, es el referente a la elucidación de la función de la historia de la ciencia universal y de la historia de la ciencia en Latinoamérica. En efecto, aquí Alberto Saladino deja de manifiesto que esta disciplina es un complemento de las explicitaciones históricas y políticas sobre los procesos revolucionarios o de cambios sociales o socioculturales en América. Esto es significativo pues de ordinario la historiografía ha seguido el paradigma de la especialización y la división en estancos independientes; en este sentido Saladino trae a presencia esta faceta de la historia de la ciencia que no se cierra de plano a la comprensión dialéctica de la marcha de la ciencia como inserta en el dinamismo político y social, sino que  deja de manifiesto la fuerte vinculación de la episteme con la cultura universal.

También nos recuerda el autor, que la historia de la ciencia, nos permite comprender la evolución y los logros de la ciencia europea y determinar al mismo tiempo, las carencias del proceso de desarrollo científico en los países latinoamericanos. Y por supuesto, enfatiza además en el hecho de que estas aportaciones disciplinarias nos permiten rescatar lo peculiar de la historia de la ciencia en nuestro continente. Es decir -por usar la terminología académica-  nos deja en buen pie para conocer el perfil de esta joven disciplina. (pp.29 y ss).

Y para determinar las distintas tendencias propias de la praxis de la historia de la ciencia en América revisa la copiosa bibliografía existente en nuestro medio y determina finalmente la presencia de varias corrientes. Para ello parte destacando que entre los principales estudiosos de la metodología de la historia de la ciencia en Latinoamérica se ubican Juan José Saldaña (México) y Diana Obregón Torres (Colombia), entre otros. Y da cuenta de sus observaciones en estos tópicos. Luego, entre las tendencias que observa Alberto Saladino para hacer historia de la ciencia en América, destaca los enfoques: marxista, externalista, positivista, ideográfico, y culturalista entre otros. Así por ejemplo, entre los cultores marxistas ubica a Eli de Gortari (México) y a José López Sánchez (Cuba); entre los externalistas ubica a Zenobio Saldivia Maldonado (Chile). Entre los culturalistas identifica a Raúl Hernández Asencio (Perú); entre los partidarios del enfoque ideográfico, coloca a Norma Angélica Rodríguez y a Ignacio Barradas (México), entre tantos y tantos otros; de todos los cuales, va fundamentando adecuadamente por qué razones tales autores participan de dichas tendencias y analiza el impacto que han alcanzado sus obras en sus países. (pp.101 y ss.)

Hacia una conclusión

Este texto: Elementos para una Teoría Latinoamericana sobre Historia de la Ciencia es un claro hito que muestra el estado del arte en la disciplina ya señalada en el título, en relación a nuestros países, y por ello también es en la práctica, una radiografía bibliográfica y teórica imprescindible para los cultores latinoamericanos de la misma. En otro plano, en cierta manera, es la continuación de la mirada holística y analítica sobre Latinoamérica que viene realizando Saladino García en esta etapa de su producción bibliográfica, puesto que ya antes había publicado un texto de similar estructura pero en relación al trabajo de la epistemología: Reivindicar la Memoria. Epistemología y metodología sobre la historia de la filosofía en América Latina (2012).  Y también recordemos que con más antelación había dado a luz su obra: Libros Científicos del Siglo XVIII Latinoamericano (1998), donde da cuenta de la existencia y circulación de libros científicos en nuestro continente durante el Siglo de La Ilustración. Por lo anterior, podemos decir que este autor es uno de los que más ampliamente ha cubierto el desarrollo intelectual latinoamericano relacionado con la historia de la ciencia en sus ámbitos historiográfico, epistémico y bibliográfico. Dicho afán ordenador y clasificador de lo bibliográfico latinoamericano, es de suyo muy poco frecuente y resulta encomiable para ser obra de un solo estudioso. Por tanto, el libro en comento y la tarea que viene asumiendo el autor, es altamente relevante para los jóvenes investigadores interesados en la marcha científica latinoamericana que desde ahora no tendrán que partir de cero para nuevos enfoques holísticos sobre el tema.

Published in: on 5 febrero, 2016 at 4:21  Deja un comentario  

Rodulfo Amando Philippi: Segundo Pilar de la taxonomía en el Chile Decimonónico

Rodulfo_Amando_Philippi

titusaustralis.wordpress.com
Página de ensayos académicos del
Dr. Zenobio Saldivia M., Stgo., Chile.
Ensayo Nº16, 25-02-2015.

Zenobio Saldivia Maldonado
U. Tecnológica Metropolitana, Stgo., Chile.

El hombre

El 14 de septiembre de 1808 en Villa de Charlottenburg, ubicada en las cercanías de Berlín, acontece el nacimiento de Rodulfo Amando, hijo del oficial retirado Guillermo Everaldo Phillipi de Wesfalia y de María Ana Krunwiede. Luego de sus estudios en la escuela local, se traslada, en 1818 a Iverdon, Suiza, para ingresar a la escuela de Juan Enrique Pestalozzi, que en las primeras décadas del siglo XIX, estaba de moda por emplear el nuevo método de estudio y aprendizaje que había instaurado este educador. Éste perseguía aprovechar al máximo la curiosidad de los estudiantes, para que los mismos, con una adecuada orientación del profesor, pudieran, prácticamente por sí solos, alcanzar la aprehensión cognitiva. Aquí aprende el francés, desarrolla hábitos de investigación en historia natural, el dominio de las ciencias formales como aritmética, cálculo y geometría, se introduce en el conocimiento de las lenguas clásicas, y se destaca por su habilidad para el dibujo. En 1822, Philippi se traslada a Berlín, para prepararse, durante cuatro años, en el Gimnasio homónimo, con vistas a su ingreso a la educación superior. Aquí fortalece sus conocimientos del griego y del latín, de las ciencias formales, de las ciencias humanas, de la Historia Natural y de las lenguas vivas como el italiano, francés e inglés. Ingresa a la Universidad de Berlín, en 1826 donde realiza estudios de medicina. Luego de cuatro años más y, provisto de un certificado con las mejores notas, se prepara para rendir sus pruebas finales, en abril 1830. Obtiene su título de médico tres años después, con excelentes calificaciones; empero, la medicina no sería su campo de desempeño.

En efecto, por problemas de salud había sido enviado antes de obtener su título, a otras zonas más templadas de Europa, concretamente al sur de Italia. Ello es providencial para Philippi, puesto que aquí conoce al naturalista Federico Hoffmann con  quien  realiza  excursiones  geológicas  a  los  volcanes Etna y Vesubio. Enseguida se motiva por la Malacología y la Conquiliología y decide recolectar diversos especímenes de la región de Sicilia; tanto de fósiles como de referentes de la época actual. También colabora con su antiguo maestro Cristian Godofredo Ehrenberg en la recolección de especímenes y en la sistematización de conchas.

En 1835, Philippi pasa a desempeñarse como profesor de Geografía y de Historia Natural, en el Colegio Politécnico de Cassel, y, años más tarde en esta misma institución, asumirá como director. Son los años en que lo atrapan las redes del amor y el interés por las ciencias de la vida,  tal como queda de manifiesto en la génesis de su abundante bibliografía científica que muestran sus primeros trabajos, principalmente en los campos de la Paleontología, Malacología y Geología. Así, en 1836 en Berlín, aparece: Enumeratio molluscorum Siciliae cum viventium  tum, in tellure tertiaria fosilium  qua in itinere suo observavit. Luego, en Cassel, se dedica con ahínco a la enseñanza y a la sistematización. Unos años después, en 1844 en la misma ciudad, publica el segundo tomo de su Enumeratio molluscorum Siciliae; trabajos que le trajeron un gran rédito académico y científico, así como diversas designaciones para ser miembro honorario de algunas academias científicas del Viejo Mundo.

A fines de la década del cuarenta, su hermano Bernardo Eunon Philippi se encuentra en Alemania motivando a sus compatriotas para emigrar a Chile, a la zona sur del país. Las constantes sugerencias de su hermano Bernardo, las descripciones de la naturaleza y vastedad del sur chileno que éste le manifiesta, sumadas a los conflictos políticos en Alemania y al espíritu liberal de Rodulfo Amando; parecen ser las variables que terminaron por inclinar la voluntad del naturalista para dejar Alemania y enfilar hacia Chile. Así, en julio de 1851, toma un vapor en Hamburgo con rumbo a este país del hemisferio austral, ubicado al fin del mundo, y, durante la travesía, aprovecha de estudiar español y de informarse sobre el país que lo va a acoger. Arriba a Valparaíso en diciembre de ese mismo año.

Recién llegado a Chile, Philippi sólo deseaba irse inmediatamente al sur del país, al fundo “Bellavista” en Valdivia; pero para ello era previo realizar diversos contactos científicos y presentar sus cartas de recomendación a las autoridades políticas y científicas de la época. Producto de estos avatares, es nombrado Rector del Liceo de Valdivia, y luego, profesor de Botánica y Zoología del Instituto Nacional. Más tarde es designado como profesor de la Universidad de Chile, y, en octubre de 1853, es nombrado director del Museo Nacional de Historia Natural. Phillipi, en este contexto, se siente tranquilo laboralmente y le escribe a su familia para que se vengan a establecer a Chile con él, e insiste mucho en recordar que le traigan sus libros, sus escritos y colecciones que habían quedado en casa de su amigo C. L. Koch, en Brunswick. El énfasis por sus libros, se comprende porque dicho material le permitirá contar con las fuentes documentarias, para asumir cualquier trabajo taxonómico o de historia natural en general.

El aporte científico de R. A. Philippi

El aporte de Philippi a la ciencia nacional es enorme, sin embargo, es posible sintetizar dicha contribución en los siguientes parámetros: sus exploraciones con fines taxonómicos en distintos lugares del país; su contribución teórica en el plano de la docencia superior; esto es, sus clases en el Instituto Nacional y luego en la Universidad de Chile; su labor como Director del Museo de Historia Nacional y el acopio de referentes orgánicos e inorgánicos que consigue, además de los objetos arqueológicos, que incrementan las distintas colecciones iniciadas previamente por Gay. A lo anterior, hay que adicionar la abundante bibliografía especializada que nos ha legado y que enriquece el acervo científico de la época. Y, por cierto, otra contribución no menor y altamente significativa es la consolidación de un modelo de trabajo taxonómico que hace escuela y que se observa claramente a fines  del  siglo  XIX,  cuando los nuevos naturalistas  ya  formados  en  el  país -muchos de ellos antiguos discípulos- presentan sus propios resultados científicos con una manifiesta referencia a Philippi y a Gay, en lo sustantivo del método  de  sistematización.  Ello  es  perfectamente observable  en las obras de Reed, Germain, Porter, Fonck, Johow, Cox y otros.

En lo referente a las exploraciones por el territorio nacional, Philippi recorre casi todo el país; así, realiza expediciones de carácter taxonómico en regiones, tales como Valdivia, que recorre durante varias oportunidades en distintas direcciones en 1851, 1860, 1877, 1884, 1891.[1] Tal vez sea la zona que más repasa en sus estudios y exploraciones en terreno. También realiza, por orden del gobierno una excursión al Desierto de Atacama, que inicia en 1854, con el objeto de estudiar la flora y fauna de la región, y para  determinar las características geológicas y geográficas de la zona. Ello con vistas a evaluar posibles asentamientos humanos y una eventual explotación de los recursos mineros. Luego, en 1864, recorre las Islas Juan Fernández. Más tarde seguirán sus exploraciones a Concepción, Lebu, la zona de La Araucanía, la Isla Quiriquina, Los Andes, Jahuel, Chillán, el lago Ranco, Algarrobo, el Volcán Osorno, Victoria, Quilpué, Valparaíso y tantos otros lugares del territorio nacional, que recorre hasta 1891. En todos ellos, el sabio alemán recoge gran cantidad de exponentes de la flora y la fauna de la región. En dichas exploraciones, siempre está pensando en incrementar la colección de referentes para el Museo Nacional.

Entre las publicaciones de Philippi que aún no hemos mencionado y que ven la luz en Chile, o desde Chile, puesto que algunas de ellas se imprimen en el extranjero; cabe destacar las siguientes: Viage al Desierto de Atacama, publicado en Sajonia, Alemania, en 1860; Elementos de Botánica para el uso de los estudiantes de Medicina  y  farmacia  en  Chile, aparecido en Santiago, en 1869; Elementos de Historia Natural, impreso en 1866; Fósiles terciarios y cuartarios de Chile, impreso en Leipzig en 1887; Plantas nuevas chilenas (6 Tomos), 1893-1896, Santiago y Suplemento a los batracios chilenos, Santiago, 1902.

La primera  de las obras mencionadas en el parágrafo anterior, amerita un comentario, puesto que es un trabajo solicitado por el gobierno y que se enmarca en la política científica de la época, que perseguía  recabar información especializada  sobre  los  exponentes del cuerpo físico del país o sobre regiones específicas.  En este caso, en especial sobre el Despoblado de Atacama, que en el imaginario colectivo del empresariado y hombres públicos del Chile de mediados del decimonono, tiene una relevancia, pues se supone que allí se encuentran muchas riquezas minerales. En el marco de esa hipótesis, se pensaba contar con un detallado informe de la Mineralogía, Geografía, Orografía, Climatología y de la flora y fauna de la región; pero pensando siempre en la factibilidad de encontrar, tanto riquezas mineralógicas como las condiciones para el asentamiento humano, principalmente agua y árboles. En este contexto, Philippi realiza un atinado y completo informe de los especimenes del medio biótico, pero no deja entrever claramente las posibilidades de una eventual explotación de productos mineros. Esto provoca una discusión en el período o, al menos, comentarios de los empresarios y de los hombres públicos de la época. En rigor, los elementos categoriales asociados tradicionalmente con la idea de belleza y de riqueza europeas, tales como la presencia de agua, de ríos, de recursos hídricos, de zonas verdes, la abundancia de animales y/o de minerales no quedan explícitamente detallados en el riguroso informe de Philippi. Sólo a fines del siglo XIX, se determinará efectivamente el tenor y características de los minerales de la región. Empero, si queda claramente de manifiesto en el informe de Philippi,  la existencia de especimenes orgánicos que logran vivir en el desierto. Entre estos, en el plano de la flora, el sabio alemán da cuenta de plantas como la Bustillosia chilensis Clos., Malesherbia humilis Ph., el Palo de Jote (Gypothammium pinifolium Ph.); o de cactáceas como el Echinocactus cinereus Ph., el Echinocatus mammillarioides Hook., Echinocactus columnaris Pfr., el Mentzelia chilensis Gay., y otros;[2]  de flores tales como la Altromeria violacea Ph., la Psoralea. Azurea Ph. o la Peperonia Dölli Ph.[3] En el plano de la fauna, da cuenta de ciertos gastrópodos, mitílidos y crustáceos;  v. gr., entre los  mitílidos destaca los siguientes: Mytilus dactyloides Hupe, Mytilus granulatus Hanley, Mytilus ovalis Lamk; entre los moluscos  destaca al loco Concholepas peruviana Lamk.[4]

Características de su prosa científica

Desde la perspectiva metodológica y descriptiva, el estilo que sigue Philippi se ciñe a la descripción cronológica, en general, del viaje, denominando los lugares y entregando las características del sector, incluidas algunas observaciones sociológicas. Todo ello, en todo caso, lo más conciso posible pues es enemigo de laLuego, cada cierto trecho, en la prosa focaliza la atención en los referentes orgánicos e inorgánicos que ha venido observando, presentando algunas listas de dichos exponentes. Lo relevante, en todo caso, es que en su prosa queda de manifiesto la búsqueda de exponentes orgánicos desde la perspectiva cultural y social eurocéntrica, como señaláramos. Para ilustrar los criterios que orientan a Philippi, traigamos a presencia algunas de sus expresiones; por ejemplo, para aludir a la región de Cachiyuyal, señala: “Alojamos en este lugar que se halla a 670,5 mtr. sobre el nivel del mar; como se ve habiamos marchado toda la tarde en una meseta casi horizontal. El alojamiento se llama Cachiyuyal, a pesar de no haber allí ningun Cachiyuyo (Atriplex sp.); probablemente este arbusto existia ántes y habia sido destruido para hacer fuego […]No hay agua en Cachiyuyal.”[5] Y dando cuenta de las proximidades del sector de Paposo, acota:  “En la  elevación de 650 metros la vegetación es absolutamente nula, y cuando se observa la costa desde el mar la faja verde de la vegetación parece cortada por una línea recta […]Es muy singular, que estas regiones no producen espontáneamente ningun arbol y ni siquiera un arbusto mas alto de seis a ocho pies.”[6]

Las citas anteriores evidencian la decepción que aflige a Philippi por la escasez de agua en la región y eso también debe haber impactado al gobierno de la época, esperanzado en encontrarla para futuros asentamientos productivos; después de todo, los criterios europeizantes son parte del ideario del mundo científico y del medio político chileno decimonónico.

Otro texto de Philippi, que es conveniente destacar en este capítulo, es el ensayo Elementos de Botánica para el uso de los estudiantes de Medicina  y  farmacia  en  Chile,  puesto  que  marca  un  hito  en   lo   referente   a   material bibliográfico para los médicos y para los farmacéuticos en general, así como para toda persona interesada en conocimientos de farmacopea o de terapias médicas centradas en los especímenes de la flora vernácula y la flora universal. El texto fue un éxito, seguramente por el espíritu pragmático que expresa el autor en cuanto a describir las plantas “mas útiles a la medicina i a la especie humana en jeneral”. Ello queda de manifiesto en especial en la segunda parte de la obra, en que aborda los referentes de la flora chilensis que pueden aportar a los medicamentos hipnóticos, cefálicos, vermífugos, antifebrífugos, diuréticos, catárticos, antivenéreos, astringentes, antiasmáticos, demulcentes, diuréticos o de otros tipos conocidos por la farmacopea tradicional y utilizados en la medicina. Enfatizar en las cualidades medicinales de las plantas es el fuerte de la obra.

A manera de ilustración, veamos algunos ejemplos de la selección que presenta el autor. Por ejemplo, desde la perspectiva contemporánea llama mucho la atención la descripción que hace del cáñamo: “Cannabis  sativa L. Cáñamo común, propio del Oriente, planta mui conocida, tan util por las fibras de su liber, que sirven para tejidos, cordeles, jarcias. Las semillas engordan a los pájaros; su emulsion es sedativa i emoliente, i se receta en afecciones de las vias urinarias; su aceite hediondo sirve en las artes.”[7] En la actualidad seguramente muchos quisieran que les recetaran dichas infusiones, pero estamos en otra cultura, muy distinta a la decimonónica. Más adelante, dando cuenta de un exponente de las Orquídeas, señala: “Angraecum fragans Thouars, de las islas mascareñas; sus hojas tienen la fragancia de las semillas de tonca i mucha fama como remedio contra la tisis; se llevan a Europa bajo el nombre de Thé de Bourdon o Faham.”[8] Y en cuanto a un espécimen más conocido en el país, como el caso del luche, el autor lo describe en estos términos: “Ulva  latissima, i Ulva lactúca L., ambas comunes en todos los mares, se comen cocidas o con ensalada,  i  se  llaman  en  Chile  luche.  Los  antiguos la  recetaban  contra   las inflamaciones i contra la gota, se cree que son útiles contra las escrófulas.”[9]

Pero Philippi no sólo se preocupa de buscar el correlato entre plantas y medicina para los seres humanos, sino que también describe y señala una gran cantidad de referentes de la flora que favorecen al ganado o a otros animales de interés para el hombre. V. gr.; en un momento de su prosa en que está dando cuenta de diversas gramíneas, se lee: “D. Caespitosa Forst. (Tussoegras de los ingleses), planta de las islas Maluinas; sus pajas alcanzan casi a dos metros de altura i sus hojas están dispuestas en abanico; es un pasto excelente para las vacas i deberia hacerse la tentativa de introducir esta planta en Chiloé.” [10]

Por otra parte, el aporte de Philippi a la ciencia nacional, desde el punto de vista institucional, esto es, como Director del Museo Nacional, se siente casi de inmediato, por ejemplo en lo referente a ordenar, configurar y ampliar las distintas colecciones; en especial se dedica a reforzar la presencia de cuadrúpedos y aves, también algunos peces o reptiles conservados en alcohol, y el herbario nacional de la Institución que era muy escaso. En general, parece que luego de la partida de Gay a Francia, en 1842, el Museo decae en sus colecciones y en su orden y presentación interna. Justamente después de cada viaje exploratorio, Philippi sentía el gozo de ampliar los referentes del Museo. Así, por ejemplo, luego de su viaje al Despoblado de Atacama, se siente muy satisfecho por los especímenes que logra recoger y traer al Museo. Él mismo detalla así su acopio:

“Minerales                                      20  muestras

rocas fósiles                                    29  especies

mamíferos                                       14       ”

aves                                                 33       ”

reptiles                                            9         ”

crustáceos                                       10       ”

insectos                                           50       ”

moluscos                                         97       ”

vermes                                             1    especie

equinodermos                                  8    especies

plantas                                             419 especies”[11]

Lo precedente, ilustra su constante preocupación por incrementar las colecciones de especímenes existentes en el Museo Nacional y nos permite traer a presencia otro plano de su contribución a la ciencia nacional, que se repite luego de cada una de las excursiones que el sabio alemán realiza por el territorio chileno. Esto es, sus esfuerzos por configurar una sala arqueológica, la cual finalmente logra preparar y reunir allí, por ejemplo: momias de las Islas Guaitecas, momias peruanas y algunas egipcias. También, su inquietud sostenida para contratar nuevos científicos que van asumiendo diversas tareas en el Museo, es otra forma de contribuir a la episteme nacional.

Ahora, en cuanto al modelo de descripción, al paradigma decimonónico de trabajo taxonómico que nos ha legado; es conveniente recordar que Philippi  cierra el ciclo iniciado por Gay, en cuanto amplía el  marco teórico sobre el conocimiento de las ciencias de la vida en Chile y en lo referente a la obtención de un vasto universo de diagnosis sobre los observables endémicos y exógenos existentes en el país.  Así, es posible sostener que Philippi  finiquita una etapa,  en cuanto a   la  introducción  y  utilización  de un modelo taxonómico. Este modelo se caracteriza, entre sus notas más relevantes, por la inclusión de cadenas estructuradas de proposiciones -primero en latín y luego en español- con las que Philippi va describiendo y tipificando las formas de la flora y fauna chilenas, para incorporarlas a la ciencia europea. Ello, dentro de la máxima brevedad expositiva, pero sin dejar de considerar las propiedades más relevantes de los referentes orgánicos; su diagnosis se centra principalmente en la perspectiva tradicional del investigador; es decir, lleva la impronta del científico decimonónico que se sitúa frente a un objeto o referente orgánico que hay que tipificar; sin fijarse demasiado  en  dejar  una  constancia  expresa del conocimiento que sobre el mismo, pudieran tener o no los naturales o lugareños, como lo hacía Gay. V. gr., a manera de ilustración, al dar cuenta de una planta de Tierra del Fuego, señala:

Stellaria axillaris- Ph.

A.glaberrima, ramosissima, caespitosa; foliis linearibus, utrinque attenuatis; pedunculis axillaribus, unifloris, folium aequantibus; petalis angustis, bifidis, sepala ovato-oblonga aequantibus; capsula calycem vix superante.

In  insula orientali Fuegiae februario 1879 lecta.

Esta planta forma céspedes mui tupidos de la altura de 20 milímetros. Los tallos son delgados, casi filiformes, i sus internodios comunmente del doble largo de las hojas, que suelen medir 13 milímetros de longitud i de 11/2 milímetros de ancho[…][12]

En síntesis, el modus operandis de Philippi, para la presentación de los exponentes del mundo orgánico, es el mismo que utilizan los miembros de la comunidad científica europea y los estudiosos de las ciencias de la vida radicados en el país. Ello queda de manifiesto, por ejemplo, al observar algunos trabajos de Audouin, Liais, Lacordaire, Blanchard, Doyére, D’Orbigny y Cuvier entre otros sabios europeos; o bien en los trabajos de Federico Philippi, tales como su Catalogus plantarum vascularium chilensium, aparecido en 1881; o al revisar las  memorias  científicas  de  los  Anales  de  la  Universidad  de  Chile, principalmente al leer los ensayos de  Carlos Reiche como, por ejemplo: “Estudios críticos sobre la flora de Chile” (1897), o el texto de este mismo autor: Flora de Chile (1896), o algún trabajo de Johow, v.gr.: Estudios sobre la flora de las Islas de Juan Fernández (1896), entre otros.

Hacia una conclusión

La contribución de  Philippi a la episteme nacional, por cierto está imbuida de un notorio pragmatismo y utilitarismo, que se identifica claramente con los rasgos de los científicos positivistas de la época. Ello es posible de observar con toda propiedad en su prosa; v. gr.,  los mismo ejemplos  anteriores dejan en evidencia este télos que sugiere el trabajo del sabio alemán, tanto si recordamos las descripciones de su texto Elementos de Botánica para el uso de los estudiantes de medicina i farmacia en Chile o su Viage al Desierto de Atacacama o en cualesquiera de sus numerosos artículos publicados en los Anales de la Universidad de Chile.

Philippi, en rigor cumplió muy bien su rol de continuador de la descripción de lo viviente en el Chile decimonónico, tanto porque luego de Claudio Gay que logró la primera  macro-mirada ordenadora de la flora y fauna chilensis; Philippi pudo entonces asentar desde Chile, definitivamente el método de diagnosis que venía usándose a partir de Linneo (1707-1778), para dar cuenta de los referentes orgánicos en la ciencia universal, cuanto porque tuvo seguidores y continuadores que expandieron el modelo instaurado para el conocimiento de lo viviente en las diversas regiones de Chile en el Siglo XIX.  Además, porque la tarea de ordenar lo viviente propio de la natura chilensis, contó con puntos de apoyo como por ejemplo el Museo de Historia Natural, que Philippi dirigió y pudo así ir articulando un equipo de especialistas que ordenaban todo lo que les remitían desde las regiones para su clasificación, ora de los profesores de algunos liceos, ora de los oficiales de la Marina nacional, tales como Francisco Vidal Gormáz, Ramón Vidal Gormáz, o Roberto Maldonado, por ejemplo.

Por tanto, dada la enorme contribución a la ciencia nacional, de Philippi,  no resulta extraño que la Universidad de Chile le brinde un emotivo homenaje en septiembre de 1898 con motivo de su cumpleaños; uno de los últimos eventos académicos donde se deja constancia pública de su vasto aporte a la Historia Natural y a la consolidación de la ciencia en el país. Seis años más tarde, la muerte lo sorprende rodeado de sus queridos amigos y sus colaboradores más cercanos.


[1] Cf. Gotschlich, Bernardo: Biografía del Dr. Rodulfo Amando Philippi (1808-1904), Stgo., 1904; pp. 43-44.

[2] Cf. Philippi, R. A.: Viage al Desierto de Atacacama;  Librería de Eduardo  Antón,  Sajonia, 1860; p. 17.

[3] Ibídem.; p. 25.

[4] Ibídem.; p. 17-18

[5] Ibidem.; p. 23.

[6] Ibidem., pp. 31,32.

[7]  Philippi, R. A.: Elementos de Botánica para el uso de los estudiantes de medicina i farmacia en Chile; Impr. Nacional, Stgo., 1869; pp. 363-364.

[8]  Ibidem.; p. 405.

[9]  Ibidem.; p. 482.

[10] Ibidem.; p. 441.

[11] Cf. Philippi, Federico: “Historia del  Museo Nacional de Chile”, Boletín del Museo Nacional de Chile, T. VII, Nº1, Impr. Universitaria, Stgo., 1914; p. 24.

[12] Philippi, R. A.: Plantas nuevas chilenas, T. I., Impr. Cervantes, Stgo., 1893; p. 762.

Published in: on 27 febrero, 2015 at 3:17  Deja un comentario  

Guillermo Bañados Honorato, un político demócrata y filántropo olvidado en Aconcagua

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Published in: on 10 febrero, 2015 at 16:13  Deja un comentario  

Descargar ‘Un romántico olvidado’

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DESCARGAR_ Un romántico olvidado 

Published in: on 10 febrero, 2015 at 16:03  Deja un comentario  

Dr. Honoris Causa / U. Ada Byron, Ica Perú 2013

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Published in: on 30 enero, 2015 at 19:29  Deja un comentario  

Zenobio Saldivia

Profesor de Filosofía (U. Chile.), Supervisor Educacional (CPEIP), Mg. en Filosofía de las Ciencias (USACH).
Dr. en Pensamiento Americano con mención en Historia de las Ciencias. (U. de Santiago de Chile), Stgo. Profesor Titular de la U. Tecnológica Metropolitana, (UTEM), Santiago. Ha publicado diversos artículos referentes a la historia de las ciencias y a temas propios de la epistemología; en especial sobre el constructivismo Piagetano. A la fecha tiene más de ciento cincuenta publicaciones de artículos considerados los publicados en el país, en América y en Europa. Ha impartido docencia en distintas universidades del país en Santiago y Valparaíso. Actualmente se desempeña como Profesor de Historia de las Ciencias y de Epistemología en la Universidad Tecnológica Metropolitana (UTEM), Stgo.
Ha obtenido premios por trabajos académicos e investigaciones en 1995 en México D.F.  (UDUAL) Unión de Universidades Latinoamericanas; y en el 2006 en la Universidad Nacional de San Marcos, Lima, Perú .
A la fecha tiene trece libros publicados.
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Published in: on 1 julio, 2011 at 5:33  Deja un comentario